Por
Camilo Osorio Sánchez
@camilo_osorio1
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Foto: Cortesía Sociedad de Arte y Concepto |
Guacarí
es una palabra difícil de pronunciar en una primera lectura rápida.
No estamos familiarizados con ella, no es fácil entender qué
significa, muchos ni siquiera han escuchado esa palabra en su vida.
Y
es probable que los que no saben el significado de Guacarí sean
mayoría. Mientras empecé a escribir estas líneas el autocorrector
de Word me subrayó con rojo la palabra Guacarí, por aparente error
ortográfico o palabra inexistente.
Más
de 25 mil personas viven en ese pueblo desconocido llamado Guacarí.
Está a una hora de Cali si viaja en vehículo y el camino está
rodeado de hectáreas de caña de azúcar.
A
simple vista es un pueblo como cualquier otro de los 42 que tiene el
Valle del Cauca, que pareciera no importarle a mucha gente, excepto a
los protagonistas de este texto.
En
un extremo del pueblo está la estructura en ruinas de lo que otrora
fueron las bodegas del Ferrocarril: unas paredes grisáceas,
consumidas en la maleza, ubicado en el llamado Parque del Amor, un
título que goza sin fortuna, pues por su abandono más parece ser el
Parque del Odio.
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Estación del Ferrocarril de Guacarí. Foto: Cortesía Sociedad de Arte y Concepto |
Allí
se reunían los desconocidos a consumir psicoactivos, y de vez en
cuando los conocidos a compartir con sus amigos. Al lado de las
bodegas se conserva de pie la Estación del Ferrocarril, una casona
vieja de colores pasteles que no se ha dejado vencer del tiempo.
En
Palmira, Cerrito y Buga, estas estaciones se conservaron y
transformaron en bibliotecas públicas y museos, pero en Guacarí no
ocurrió nada de esto.
Hasta
que un día, no muy lejano, un grupo de jóvenes le declaró la
guerra al olvido pintando sobre las paredes ajadas dibujos y murales
de colores vibrantes.
Empezaron en las
paredes derrumbadas de las bodegas, luego plasmaron a Jimi Hendrix en
la Estación, y de allí se fueron regando hasta las paredes blancas
que rodean al estadio municipal, para cambiarle la cara a este pueblo
desconocido.
Con
brochazos de pintura, la organización Sociedad de Arte y Concepto,
llenó de murales las paredes desconocidas, pintando pulpos,
mariposas, balones de fútbol y los sueños oníricos de Dalí.
Y
la verdad no descubrieron nada nuevo. El muralismo es una antiquísima
expresión del arte pictórico, que ejecutó Miguel Ángel en la
Capilla Sixtina, Diego Rivera en México y Hernando Tejada en la
estación del ferrocarril de Cali.
Pero
en Guacarí nadie lo había hecho y ese es el origen de esta
interesante estrategia de innovación social, en el que un grupo de
personas está inconforme con este problema y decide intervenir y
cambiar el orden de las cosas.
“Teníamos
la
necesidad de enriquecer culturalmente un pueblo "monocromático"
desde todos los aspectos sociales, culturales, urbanísticos,
políticos, etc”, responde Mauricio Patiño, líder de Sociedad
Arte y Concepto.
Relata
que años atrás se vinculó al Consejo Municipal de Cultura
representando a las Artes Visuales, pero dice que ese “puesto”,
fue sólo un requisito legal que se debía ocupar por exigencia del
Ministerio de Cultura.
Inquieto
por la falta de operación de dicho Consejo, se lanzó este año a
desarrollar la intervención, que ya ha logrado vincular a 40
personas de Guacarí.
“Lo
que hacemos es invitar a personas con aptitudes en el dibujo, se les
da un taller y se les facilitan materiales como pinturas, brochas,
pinceles y estructuras para que puedan ejecutar sus ideas”, relata
Patiño.
Con
dichas invitaciones, la organización ya ha realizado 23
intervenciones artísticas en las paredes de Guacarí, vinculando
incluso a dos artistas internacionales: Lenz de Ecuador y Danae de
Canadá. También invitaron al pintor de Guacarí Alejandro López,
conocido como Fabal, quien ya ha expuso su trabajo en la II Bienal de
Muralismo de Cali.
Según
la ley, las estructuras que hacen parte del patrimonio material de la
Nación, como la estación de Ferrocarril de Guacarí, sólo deben
ser intervenidas por expertos.
Pero
si el artista Fabal no pinta a Hendrix en una pared, nadie recordaría
que la estructura tiene el ostentoso valor de patrimonio.
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Trabajo del artista Fabal. Foto: Cortesía Sociedad de Arte y Concepto |
Intervenir
con arte para cambiar la percepción de un lugar es un resultado
superficial de esta tarea de innovación social. Pero resignificar un
espacio para modificar las dinámicas de interacción con el mismo,
es sin duda una labor de aplaudir.
Así
lo ha corroborado la experiencia de la Bienal de Muralismo de Cali,
que ya lleva dos versiones de trabajo y logró en el 2014 convocar a
95 artistas para pintar a la ciudad.
La
Bienal, más allá del destacado ejercicio artístico, se propuso
reconstruir el tejido social de Cali a través de la reflexión que
genera el arte, fomentar el turismo artístico en la ciudad e
incentivar la integración social, objetivos que trascienden a la
pintura en la pared.
De
hecho, todos los murales que fueron pintados durante la primera
versión de la Bienal en el 2012 en las paredes del estadio Pascual
Guerrero, se conservan aún como un símbolo artístico de la ciudad.
Pero
además la Bienal logró ser incluida como uno de los proyectos del
Plan de Desarrollo de Cali hasta el 2015 y ser reconocida como el
ejercicio de muralismo al aire libre más grande realizado en
Colombia.
Días
después de conocer el trabajo de muralismo en Guacarí, me apareció
en las actualizaciones de Facebook la fotografía de un par de amigos
posando al lado de los murales.
Tal
cual como el turista que se toma fotos en cada esquina de ese destino
que está conociendo, la gente del pueblo se empezó a tomar el
retrato del recuerdo con el mural de la pared del estadio por el que
pasaba todos los días de su vida y que ahora ya no es blanca, sino
llena de color.
Luego
un fotógrafo del Municipio compartió imágenes de los murales que
pintaron Mauricio Patiño, Paola Valencia, Cristian Toro, Leens Calvache, Maritza Ospina y 40
potenciales artistas más de Guacarí, que ocuparon su tiempo libre
en una acción positiva sobre unas paredes en ruinas. Su fotografía
era un reconocimiento a una labor artística que antes no existía.
Por
eso, Mauricio dice que el objetivo es fortalecer esta experiencia y
llevarla a otros municipios del Valle para recuperar la identidad
local, hasta convertir el proyecto en una industria cultural que no
sólo promueva el arte, sino que también sea rentable.
Y
de hecho consolidar ese objetivo es el mayor reto que tienen estos
emprendedores sociales para constituir esta apuesta de
innovación social.
Sin
embargo, ya saltaron el primer obstáculo al que se enfrenta el
innovador: hacer algo por ese asunto que le preocupa y le genera
inconformidad, para cambiarlo en favor de los demás.
En
años pasados Guacarí ha estado cubierta por la cobija de la mala
fama que algunos políticos del pueblo tendieron en la región.
Corrupción, homicidios y microtráfico de estupefacientes han
acompañado a la palabra Guacarí en varios titulares de prensa.
Hoy
por hoy estos artistas quieren contarle al mundo que el rumbo de esta
historia está cambiando y que Guacarí ahora es sinónimo de arte
público con sus murales de colores, convirtiendo la olvidada
Estación del Ferrocarril, en el museo al aire libre más colorido
del Valle del Cauca.
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